De qué hablamos cuando hablamos de Patrimonio Cultural

El patrimonio cultural y para qué diantres sirve

¿Sabes lo que significa Patrimonio Cultural? ¿De verdad o sólo lo supones? ¿Y para qué sirve, si es que tiene que servir para algo? En la actualidad resulta cada vez más habitual encontrar referencias al Patrimonio Cultural en los diferentes medios de comunicación, especialmente cuando se habla de determinados edificios históricos u objetos artísticos; de tal manera que, para los no entendidos, patrimonio cultural ha pasado a ser una expresión sinónima de monumento o de objeto de museo. Tal es así que hemos hecho nuestra la expresión dando por sabido su significado cuando nos hablan de este término o cuando nos referimos a él.

Si bien esa idea generalizada a la que apuntábamos no es del todo incorrecta, sí resulta a todas luces incompleta, pues el concepto de patrimonio cultural es mucho más amplio y abarca un abanico de aspectos culturales más allá de los meramente históricos o artísticos. Así pues, ¿realmente sabemos de lo que hablamos cuando hablamos de patrimonio cultural?

Una aproximación 

Detengámonos un instante a analizar el término. Lo primero que se puede observar es que el concepto está formado por dos palabras: patrimonio y cultura.

Patrimonio es el conjunto de bienes que poseemos, la suma de aquellos que hemos heredado de nuestros ascendientes y los que hemos adquirido por nuestros propios medios.

El segundo término, cultura, aunque nos es bastante más familiar, nos resulta más complejo de definir, aunque todos creemos saber qué significa. Si tomamos su significado en sentido amplio, cultura vendría a ser el conjunto de rasgos distintivos (materiales, afectivos, espirituales, intelectuales) que caracterizan a una sociedad. Es decir, cultura es aquello que nos permite a nosotros, meros individuos aislados, identificarnos con un grupo (cualquiera que sea su tamaño) y sentirnos parte de él. Este sentimiento de pertenencia a la colectividad será determinante a la hora de definir el concepto de patrimonio cultural y a la hora de elegir los elementos que lo conforman.
Así pues, si unimos el significado de ambos términos en un solo concepto, podríamos aventurarnos a dar una primera definición de Patrimonio Cultural como el conjunto de rasgos distintivos (técnicas, lengua, espiritualidad, costumbres, modos de vida, objetos materiales), tanto heredados como adquiridos, que caracterizan a una sociedad.

Definición

Afinando un poco más en el significado del término, nos parece acertada y adoptamos como propia —aunque con matices, como seguidamente explicaremos— la definición que publicó el profesor Josué Llull Peñalba (1) para quien el patrimonio cultural es:

“el conjunto de manifestaciones u objetos nacidos de la producción humana que una sociedad ha recibido en herencia histórica y que constituyen elementos significativos de su identidad como pueblo” (2).

Es decir, según este autor para que algo sea considerado patrimonio cultural tiene que cumplir tres premisas:

1.- Que la mano o la capacidad simbólica del hombre esté presente.

Así pues, esta primera condición nos permite establecer una distinción a nivel general de lo que sería patrimonio cultural (aquello específicamente creado o modificado por el hombre) y patrimonio natural (lo surgido de la naturaleza).

Centrándonos exclusivamente en el patrimonio cultural, a partir de esta primera premisa nos es posible establecer una nueva distinción entre objetos materiales, a los que se llama patrimonio tangible y las manifestaciones simbólicas (canto, danza, lengua, literatura…), a cuyo conjunto se le denomina patrimonio intangible o inmaterial.

Si seguimos descendiendo niveles, dentro del grupo del patrimonio cultural tangible podemos encontrar edificios, estructuras, yacimientos (lo que se conoce como patrimonio inmueble) u objetos aislados tales como esculturas, mobiliario, cuadros… (que constituyen el patrimonio mueble).

2.- Que la sociedad lo haya recibido en herencia histórica.

De esta manera, patrimonio sería todo aquello -material o inmaterial- que nos han legado nuestros antecesores.

Sin embargo, esta concepción historicista del patrimonio hoy ha sido ya superada. Es decir, no solo lo “viejo, antiguo, histórico” ha de considerarse patrimonio cultural. Debe contemplarse también todo aquello susceptible de transmitirse a las generaciones venideras.

Ello incluye, por supuesto, lo que hemos heredado de nuestros antepasados; pero también aquel legado que nuestra sociedad actual ha adquirido u obtenido y desea preservar para uso, admiración y disfrute de los que luego vendrán, por ejemplo: la obra pictórica o escultórica de un autor vivo, una fiesta popular reciente o recuperada devenida en costumbre, la creación musical, un edificio de arquitectura singular, el cine…

3.- Que la sociedad lo sienta como propio, que se vea identificada de alguna manera en ello.

He aquí el meollo del asunto. No toda la producción humana, sea ésta material o inmaterial, puede ser considerada patrimonio. Sólo alcanzan tal reconocimiento aquellos objetos o manifestaciones culturales que la sociedad considera como propios, algo con lo que se siente identificada, independientemente del valor histórico o artístico que ese “algo” pueda o no tener.

No obstante, esta concepción del patrimonio cultural como un rasgo distintivo y diferenciador de una sociedad concreta ha sido también superada en las definiciones actuales, de manera que hoy se entiende el patrimonio como una riqueza colectiva, propia de todos los pueblos.

Ello supone el compromiso y la necesidad de cooperación del mayor número posible de naciones para la conservación y explotación adecuadas de dicho patrimonio, cuya máxima expresión es el reconocimiento de ciertos legados como Patrimonio de la Humanidad, independiente de su lugar de ubicación o procedencia.

Elementos que integran el patrimonio

El artículo 2º de la Ley 3/1999 del Patrimonio Cultural Aragonés establece que “el Patrimonio Cultural Aragonés está integrado por todos los bienes materiales e inmateriales relacionados con la historia y la cultura de Aragón que presenten interés antropológico, antrópico, histórico, artístico, arquitectónico, mobiliario, arqueológico, paleontológico, etnológico, científico, lingüístico, documental, cinematográfico, bibliográfico o técnico, hayan sido o no descubiertos y tanto si se encuentran en la superficie como en el subsuelo o bajo la superficie de las aguas”.

¿Por qué gestionar el patrimonio y la cultura?

Antes de enumerar las razones por las que el patrimonio debería gestionarse, queremos incidir en el carácter profesional de dicha gestión, entendiendo como tal la realizada por personas o colectivos especialmente preparados para ello, sin entrar a valorar si debe tratarse de una actividad remunerada o, por el contrario, sin ánimo de lucro.

Son varios los motivos por los que debe gestionarse el patrimonio cultural, seguidamente exponemos algunos de ellos, aunque la lista podría ser más extensa:

En primer lugar, para acotar qué queremos legar a nuestros descendientes. Es decir, no todo debe ni puede conservarse para ser transmitido a las generaciones futuras. Sería materialmente imposible y económicamente inabarcable. En consecuencia, hay que elegir —juzgar si se quiere— para concentrar todos los esfuerzos de conservación en determinados elementos representativos. Normalmente esta potestad corresponde a la administración.

En segundo lugar, porque el patrimonio en si es un recurso frágil e irrepetible. La abundancia de restos materiales y de manifestaciones culturales existentes en nuestra comunidad pueden inducirnos a pensar que el patrimonio es inagotable.

Nada más lejos de la realidad. Por poner un ejemplo, la mala adecuación de un yacimiento al turismo de masas puede dañarlo irreparablemente e incluso acelerar su destrucción. Por el contrario, una buena gestión ayudaría a garantizar su conservación y continuidad en el tiempo.

Debemos gestionar el patrimonio, en tercer lugar, para saber qué uso debe darse a un elemento recuperado. Conservar por conservar supone un gasto continuo enorme porque, una vez restaurado o rehabilitado, dicho elemento necesita un mantenimiento para que no vuelva a deteriorarse. Así pues, antes de restaurar o rehabilitar cualquier elemento hay qué saber por qué se hace, con qué intención y cómo va a mantenerse económicamente en un futuro.

En cuarto lugar, para darlo a conocer y crear en la población conciencia de su valor y poder transmitir la necesidad de su conservación. Aunque la conservación y la defensa del patrimonio competen a las diferentes administraciones, es mucho lo que la ciudadanía tiene que decir al respecto. De ahí la importancia de la divulgación y comprensión de nuestro patrimonio.

Finalmente, otro motivo es el de sacar provecho económico de ese patrimonio. La conservación no está necesariamente reñida con la explotación económica de un elemento patrimonial bien llevada. Es más, puede suponer una oportunidad de desarrollo en determinadas áreas geográficas. Pero que nadie se lleve a engaño: la gestión del patrimonio (y una de sus consecuencias lógicas, el turismo cultural) no es la panacea a todos los problemas que azotan, sobre todo, a las zonas rurales.

Comentábamos más arriba que el patrimonio “puede suponer una oportunidad de desarrollo”, pero ello no significa de que deba serlo necesariamente. Ni siquiera tiene por qué ser la mejor de las opciones para solucionar los problemas de desarrollo de algunas áreas. A veces la solución a este tipo de problemas pasa por incentivar el tejido industrial o artesanal de la zona u otro tipo de acciones que poco o nada tienen que ver con el patrimonio cultural.

El despertar económico de estas áreas a partir de otras iniciativas podría redundar en la conservación, divulgación y explotación del patrimonio cultural, pero realizar esta ecuación a la inversa resulta terriblemente complicado.

¿Qué puedes hacer tú por el patrimonio cultural?

Quizás la facultad máxima que puede ejercer un particular es la de denunciar ante las autoridades cualquier atropello que pueda estar cometiéndose contra el patrimonio. Aunque es cierto que en ocasiones la denuncia de un vecino ha servido para paralizar un atentado contra tal o cual bien cultural, no es menos cierto que en otras muchas ocasiones la movilización ciudadana ha caído en saco roto. Pero ello no debe desanimarnos a ejercer este derecho que, por otra parte, constituye un deber legal.

Otra atribución que tiene el ciudadano es la de instar a la administración para que inicie (incoar, en lenguaje administrativo) un expediente de protección hacia un bien determinado y ésta deberá emitir su fallo en un plazo determinado, durante el cual deben paralizarse todas las actuaciones que hubieren sobre dicho bien.

Es posible que el ciudadano particular se sienta abrumado por la responsabilidad que entraña ejercer ambos derechos. En ese caso, siempre puede delegar en asociaciones de defensa del patrimonio, quienes investigarán el caso y realizarán las gestiones oportunas en nombre del colectivo, garantizando de esta manera el anonimato de la persona informante.

Por supuesto, puede secundar las actividades en torno al patrimonio cultural promovidas por las instituciones y las diferentes entidades públicas o privadas: visitar un museo, una exposición, leer un libro, curiosear en un archivo, asistir a conciertos de música popular, a manifestaciones folclóricas, interesarse por un oficio tradicional, ir al teatro, ver una película de cine, participar en un taller interpretativo o simplemente pasear deteniéndose a admirar cuanto nos rodea…

Todas estas actividades cobran una nueva dimensión si se realizan en compañía de los más pequeños, pues además de hacerles pasar un buen rato, fomentan entre nuestra infancia la admiración por nuestro patrimonio cultural y crean en ella la necesidad de su conservación.

Notas

1. Josué Llull Peñalba es profesor del departamento de Educación Social en la Escuela Universitaria “Cardenal Cisneros”, adscrita a la Universidad de Alcalá.
2. Llull, J. 2005: Evolución del concepto y de la significación social del patrimonio cultural. Arte, Individuo y Sociedad, 17: 175-204